Accoglienza Pellegrina
historia de la hospitalidad

historia de la hospitalidad

EL HOSPITALERO HEREDERO DE UNA HISTORIA ANTIGUA Y RECIENTE

Desde la antigüedad, la hospitalidad ha sido la respuesta directa a las peregrinaciones.

«La peregrinación es el acto voluntario por el que un hombre abandona sus lugares habituales, sus hábitos y su entorno afectivo para dirigirse, con piedad de espíritu, a un lugar sagrado que ha elegido libremente, o que le ha sido impuesto como penitencia, expiación de alguna falta o como acción de gracias por algún don sobrenatural recibido». El viaje al lugar sagrado se realiza con un especial espíritu místico y el peregrino se fortalece en la penitencia y en las dificultades: la llegada al destino debe permitir alcanzar ese estado de gracia de quien ve realizada su meta.

Todas las religiones han heredado la práctica de la peregrinación; judíos, islámicos, budistas y cristianos, por citar sólo algunos, tienen sus propias costumbres que a veces llegan al nivel de obligación (por ejemplo, ir a La Meca al menos una vez en la vida, etc.). Pero, ¿Cuándo comenzó esta práctica? Se pierde en la noche de los tiempos, y naturalmente también implicaría a las diversas formas de paganismo que tenían sus buenos lugares santos y sus buenos peregrinos.

El término peregrinus en latín significaba forastero, el que está de paso, una persona sin derechos civiles y políticos, con la única protección divina, expuesta a los peligros de los malos encuentros y el mal tiempo.

Los antiguos griegos pensaban que bajo la apariencia de peregrino se ocultaba una divinidad; no olvidemos que uno de los apelativos de Júpiter era xenios (huésped). Y de ahí xenodochi, que en la Edad Media señalaba las estructuras hospitalarias para los caminantes. También para el pueblo judío, el huésped tenía un carácter sagrado. Al peregrino se le ofrecía alojamiento, comida y lavado de pies para refrescarle del largo viaje. Con lallegada del cristianismo, la hospitalidad se convirtió en una expresión tangible de la charitas entendida como fraternidad entre los hombres. Todo buen cristiano tenía el deber de acoger al extranjero como a un hermano. El deber de hospitalidad se ensalza en la Regla de San Benito; el capítulo 53 de la Regla exigía a los hermanos acoger al huésped con una muestra de caridad, de humildad, rompiendo el ayuno y lavándosele las manos y los pies en su honor.

El Codex Calixtinus ya se expresaba en términos de hospitalidad, subrayando que: «Los peregrinos, sean pobres o ricos, tienen derecho a ser hospedados y recibidos con respeto».

En el siglo XVI, los Reyes Católicos mandaron construir el Hostal de los Reyes Católicos, en el que los peregrinos, una vez llegados a Santiago, podían alojarse gratuitamente durante tres días sólo si estaban en posesión de la carta probatoria, documento que certifica la realización del viaje.

La hospitalidad de ayer revive en nuestros días a través de los numerosos ejemplos de acogida de peregrinos que desde finales de los años sesenta, a pesar del estancamiento económico de la dictadura franquista, han ido apareciendo a lo largo de la ruta jacobea.

Ejemplos de ciudadanos sencillos, párrocos inspirados -en primer lugar Elías Valiña, seguido de José Ignacio Díaz- que abrieron las puertas de sus humildes casas y casas parroquiales para revivir la tradición hospitalaria. Como Ignacio Landaluce, que durante muchos años acogió diariamente a peregrinos en su bodega, ofreciéndoles pan, vino y chorizo y unos colchones en el suelo para dormir, ya que aún no había ninguna instalación dedicada a ellos en el pueblo. O como la Señora Felisa, una campesina sencilla y analfabeta, que durante treinta años, hasta el otoño de 2002, esperó a los peregrinos todos los días santos delante de su casa, donde sobre una mesa, a la sombra de una higuera, les ofrecía Higos, Agua y Amor. A su muerte, su hija María tomó el relevo, decidida a perpetuar la costumbre.

Y de nuevo, como Tomás Martínez de Paz, considerado el heredero espiritual de los Templarios, que desde hace diecisiete años acoge a peregrinos sin pretensiones en su espartano refugio sin luz ni agua a los pies del monte Irago. Por no hablar de Jato, el agricultor de Villafranca del Bierzo, que acoge peregrinos para pasar la noche en su invernadero lleno de colchones, al que, ante la creciente afluencia, ha decidido añadir otro cobertizo.  El carácter de gratuidad de una acogida hecha desde el corazón no se ha extinguido a pesar de los grandes intereses económicos y la masificación del Camino.

Estos hospitaleros son el vínculo con la tradición del pasado.

A mantener viva esta historia antigua, animándola y reviviéndola en el presente, se dedica desde hace treinta años el grupo de Hospitaleros Voluntarios, fundado por inspiración de Lourdes Lluch, una peregrina española que en el verano de 1990 alquiló una casa en Hornillos del Camino (Burgos) para acoger a peregrinos a cambio de una oferta gratuita. La iniciativa cuenta con el apoyo de la Federación Española de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago y coincide con la revitalización del Camino y el aumento de instalaciones dedicadas a la acogida de peregrinos. A través de las asociaciones locales, se están rehabilitando edificios para su uso como albergues y se está haciendo un llamamiento a todos aquellos que deseen colaborar de forma voluntaria.

La principal característica de estos establecimientos es la hospitalidad pobre, es decir, acoger a los peregrinos sin imponerles un precio, pero dejando la opción de contribuir al mantenimiento del albergue con un donativo. Libre y abierta es la mirada del peregrino de paso. Libre y abierta es la hospitalidad del anfitrión.

Precisamente en la voluntariedad y la gratuidad se basa el trabajo de Hospitaleros Voluntarios. Este grupo incluye a personas de diferentes edades, nacionalidades y credos, unidas por el deseo de hacerse útiles a los demás en un contexto ciertamente fuera de lo común, rico en espiritualidad. Y como tal sólo puede seguir existiendo siguiendo las reglas que se ha dado a sí mismo y que lo liberan de cualquier condicionamiento económico o político.

El mensaje que el grupo pretende transmitir se basa en la conciencia del papel desempeñado, que permite a cada persona tener una actitud y una libertad personal que se reflejan en las relaciones humanas. Optar por dedicar con entusiasmo el propio tiempo a los demás, acogiendo con cortesía y gratitud a todos los peregrinos, desde los más simpáticos hasta los más aburridos y exigentes, porque son ellos quienes dan sentido al trabajo del hospitalero, es una forma quizá simplista pero honesta de oponerse a los tópicos de la sociedad actual, en la que el ser humano ya sólo es visto como un consumidor. Presentarse con humildad y redescubrir el significado de una sonrisa recibida como agradecimiento por el servicio prestado no sólo compensa el esfuerzo, sino que hace comprender que éste puede ser el camino correcto hacia una convivencia pacífica y respetuosa entre los seres humanos.

El otro principio en el que se basa Hospitaleros Voluntarios es la gratuidad. A cambio de su compromiso, quienes prestan este servicio no sólo no reciben remuneración, sino que corren con los gastos del viaje hasta su destino y con el coste de su estancia durante el periodo elegido. La gratuidad en los albergues es arriesgada, ya que no se sabe de antemano si los peregrinos dejarán un donativo; sin embargo, es un riesgo que compensa. En un mundo en el que todo tiene un precio, entrar en contacto con esta realidad es una buena lección tanto para el peregrino como para el hospitalero. Desde esta perspectiva, la gratuidad no consiste simplemente en no pedir dinero, sino que representa la voluntad de dar y de darse generosamente sin pedir nada a cambio; un lujo al alcance de pocos.